Texto: Mons. Juan de Dios Hernández Ruiz, sj
Cuando me pidieron que compartiera sobre mi experiencia con el Cardenal Jaime Ortega, comenzaron a aflorar en mi memoria tantos gratos recuerdos que mi primera acción fue darle gracias a Dios por permitirnos coincidir en tiempo y espacio, porque he descubierto que mi vida de fe se vio enriquecida por el testimonio de un hombre que supo amar a la Iglesia que peregrina en Cuba con todas las fuerzas de su corazón. Fue un hacedor de puentes y a pesar de que muchas veces no se comprendiera, él se mantenía fiel a su opción de reconciliar a los hermanos entre ellos, y a todos con Dios.
Nos conocimos desde los primeros años de mi vida como seminarista. Al poco tiempo él era nombrado Obispo de Pinar del Río. Hoy siento el privilegio de poder ocupar su sede, lo cual significa un gran compromiso para mí. Tomó posesión el 21 de marzo de 1979 y fue pastor de vueltabajo hasta el 20 de noviembre de 1981 cuando fue nombrado Arzobispo de La Habana. Era heredero de una Iglesia que deseaba manifestar públicamente su fe, pero se había visto reducida a unos pocos fieles. Sin embargo, era un laicado probado en el martirio y que ardía en celo apostólico. Durante su breve servicio a la Diócesis, acudía los domingos a varias parroquias para que no faltara el esencial servicio religioso. Hizo el proyecto de remodelación de la Catedral, aunque no lo pudo llevar a cabo por las dificultades del momento. Se preocupó grandemente por el problema vocacional e incrementó el espíritu misionero en la diócesis.
En octubre de 1994 fue nombrado Cardenal. Dios nos hacía un regalo como nación y como Iglesia, y él supo corresponder a ese llamado como el servidor de su pueblo.
Como Arzobispo de La Habana, pudimos trabajar juntos, estrechando los lazos que ya habían surgido años atrás. El 14 de enero de 2006 recibí de sus manos la Consagración Episcopal, lo cual fue un privilegio inmerecido. Jaime se convirtió en el maestro que preparó mi acción pastoral para el futuro como pastor de las almas.
Fui testigo de sus desvelos en los hechos sencillos propios de su apostolado, así como de las grandes misiones a llevar a cabo al recibir las visitas de los Sumos Pontífices: desde San Juan Pablo II hasta el actual Papa Francisco. Su dedicación como Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, su preocupación por la formación y labor social del Centro Cultural P. Félix Varela y la revista Palabra Nueva, la construcción de la actual sede del Seminario San Carlos y San Ambrosio, su papel sumamente importante como intermediario en el proceso de restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, su intercesión, junto a otros hermanos en el episcopado, ante el Gobierno para lograr la amnistía a los presos políticos, etc.
Hay una larga lista de acciones que acompañaron su partida a la Casa del Padre aquel 26 de julio del 2019. Queda en nuestra memoria, como el pastor solícito, sencillo, con olor a oveja.
Jaime Ortega, Cardenal, Alamino, continúa intercediendo por nosotros, para que esta, tu Iglesia, se mantenga fiel a Jesucristo y permanezca siempre al lado del